viernes, 23 de enero de 2009
El Tiburón blanco
El Tiburón blanco es una reliquia prehistórica que nos evoca la cruel realidad de aquel tiempo pasado. De hecho, es una de las especies más antiguas que se conservan: los tiburones aparecieron hace 350 millones de años, y desde que su evolución se detuvo hace veinte millones de años, el Gran Tiburón Blanco ocupa el escalón más alto en el ecosistema marino
Apodos como "Devorador de hombres" y "Muerte blanca" han sido durante décadas la excusa para su persecución sistemática. Un acoso cuyo único objetivo es en realidad la búsqueda de protagonismo o la simple satisfacción del instinto asesino de la especie más letal sobre la Tierra: el hombre.
Sus dientes triangulares son afilados como cuchillas, de perfil irregular y dispuestos en su mandíbula en varias filas ligeramente inclinadas hacia el interior que, como en todos los tiburones, se van reemplazando hacia fuera según se van rompiendo. Sus mandíbulas pueden ejercer una fuerza de 3.000 kilogramos por centímetro cuadrado (trescientas veces más que en el ser humano).
Aunque la mayoría no sobrepasan los cuatro, puede llegar a medir cinco o incluso seis metros de longitud, como al parecer se comprobó en 1948. Un ejemplar de cinco metros puede pesar 1200 kilogramos.
El macho suele alcanzar la madurez a los ocho años midiendo unos tres metros. Se distingue por unas extensiones de las aletas pélvicas que sirven de órganos copuladores. La hembra suele alcanzar los tres metros y medio a los quince años, y se cree que es fértil durante un corto periodo de tiempo, lo que hace que su tasa reproductiva sea baja.
Su mayor percepción del entorno proviene de una especie de fusión entre Oído y Tacto conectado a unas células que su piel presenta principalmente en el morro y los laterales, y que se denominan células ciliadas. Ellas le permiten entre otras cosas detectar las corrientes y vibraciones, controlar la dirección y percibir sonidos de baja frecuencia emitidos por los peces agonizantes.
También es muy acusada la sensibilidad de su olfato, capaz de detectar la sangre a grandes distancias y, al contrario de lo que suele pensarse, su vista. Aunque está más preparada para actuar en condiciones de escasa luminosidad, presenta como particularidad una membrana llamada tapetum que actúa a modo de pantalla reflectora incrementando notablemente la sensibilidad del ojo.
Otra particularidad poco conocida en los tiburones es su capacidad de detectar pequeñas corrientes electromecánicas, lo que puede servirle para la detección de corrientes marinas, localización de presas cercanas o incluso hay quien se aventura a mencionar un sistema interno de orientación magnética.
Sólo actúa cerca de la superficie, pero ha llegado a vérsele a mil metros de profundidad, algo inusual en los tiburones. Es una especie pelágica, lo cual significa que vive alejado de las costas, y por lo tanto no puede dejar nunca de nadar para no hundirse demasiado. Además, su sistema respiratorio necesita el movimiento para introducir el agua en las branquias. Debido a ello su metabolismo es muy rápido y le hace tener un apetito voraz.
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